- Buenas tardes, Marianne. ¿Qué haces?
- Mmm, he encontrado esto en el comedor.
- ¡Oh! Es...
- Estaba en tu asiento, así que pensé
[cdb]que quizá fuera tuyo o que...
- Sí que es mío. Gracias.
- No es un cuadro muy bueno, ¿verdad? El uso
[cdb]del color y la composición están mal...
- ¡A mí me parece maravilloso! Es como si el pegaso
[cdb]fuera a echar a volar en cualquier momento.
- ¿De verdad piensas eso? Qué alegría.
- Mmm. Entonces, ¿lo has pintado tú, Ignatz?
- ¿Cómo? Yo, mmm.
- Ja, ja, ja. Creo que me has descubierto.
- Las pinceladas son suaves, pero reflejan
[cdb]el movimiento perfectamente. Creo que es precioso.
- Mi idea era combinar el carácter afable del pegaso
[cdb]con la fuerza de sus alas en una sola imagen.
- Solo era una pequeña prueba para ver qué posiciones
[cdb]y puntos focales quedaban mejor para...
- ¡Ay! ¡Perdona! Me he puesto un poco técnico.
- ¡Je, je! No pasa nada. Sinceramente, no tenía
[cdb]ni idea de que te gustaban los caballos alados.
- Los hombres no pueden montarlos,
[cdb]así que no suelo oír hablar bien de ellos.
- Pero se portan tan bien... ¡y tienen tanta fuerza
[cdb]cuando vuelan! ¡Son unas criaturas magníficas!
- Parece que te gustan tanto como a mí, Marianne.
- Es la primera vez que te veo sonreír así.
- ¡Oh! Ah... Mmm. No estaba...
- No te preocupes. Soy igual de tímido que tú.
- Tengo una idea. ¿Te importa si te observo
[cdb]mientras estás con un pegaso?
- Te prometo que me quedaré lejos
[cdb]para que no se ponga de mal humor.
- Ningún problema. ¿Pero para qué sería?
- Bueno, si quiero pintar uno del que me sienta
[cdb]orgulloso, tengo que observarlo de cerca.
Lo más cerca que pueda, vamos.
- ¡Qué idea tan maravillosa!
- Le diré a Ingrid que me acompañe. Le encanta
[cdb]pasar las tardes acicalando a los pegasos.
- Si te digo la verdad, me había resignado a no poder
[cdb]pintar un pegaso con precisión por ser un chico.
- Pero tus palabras me han animado
[cdb]a intentarlo de nuevo.
- ¡Te lo agradezco!
- Encantada de ayudarte. Lo digo en serio.