- ¿Miguela? Mmm... Debe de haber salido.
- Zzz... Ngh... Zzz...
- Me parece haber oído algo... Un momento,
¿está dormida en una de las camillas?
- Zzz... Oh, venga ya... Qué tontería... Zzz...
- Está sonriendo.
Me pregunto con qué estará soñando...
- Espera... No te... ¿Es que te vas... a ir sin más?
- Oh, oh. Ahora está refunfuñando.
Parece que la cosa se está poniendo fea.
- Vuelve aquí... Te arrepentirás de esto...
- ¡¿Me oyes?! No lo olvidaré jamás... ¡Ah!
- Buenos días, Miguela.
- Ay, madre.
Ni siquiera recuerdo haberme quedado dormida.
- No habré estado hablando en sueños, ¿no?
- Has dicho: «No te vayas».
- Has dicho: «Te arrepentirás».
- No, ni una palabra.
- Hablabas como si alguien se estuviera marchando;
[cdb]algo del estilo de: «No te vayas».
- Sí, eso es lo que pasaba en el sueño.
Creía haber encontrado mi media naranja,
[cdb]pero al final me dio de lado.
- Dijiste cosas como «¡Vuelve aquí!»
[cdb]y «¡Te arrepentirás!».
- Arg, sí. Verás, intentaba impedir que el hombre
[cdb]de mis sueños se marchara. Tenía lágrimas
[cdb]en las mejillas y todo, pero me dejó ahí. Sola.
- No, no he oído nada.
- ¿En serio? Me da la impresión de que lo dices
[cdb]por decir. Aunque es un detalle por tu parte.
- De hecho, tuve un sueño de lo más deprimente
[cdb]en el que por fin encontraba a mi príncipe azul
[cdb]y me dejaba justo después.
- ¡Solo de pensarlo me pongo furiosa!
¿Cómo es que hasta en sueños soy una solterona
[cdb]sin remedio...? Arg, necesito un momento...
- ¿Estás bien?
- Lo siento, pero... Arg... ¿Te...? Eh...
¿Te importaría traerme un vaso de agua?
- Uf, mucho mejor así. Gracias.
- No pasa nada. Pero, eh, aquí huele
[cdb]a destilería. ¿Estás de resaca?
- Puede ser. ¿Algún problema?
- Bueno, creo que no debería parecer que un oso
[cdb]ha arrasado con la enfermería.
Eso sí es un problema.
- ¡Dame un respiro! ¡Tú eres el que se ha presentado
[cdb]aquí sin avisar y ha puesto la oreja para escuchar
[cdb]a escondidas lo que decía en sueños!
- ¿Y ahora me estás atacando por un poco de resaca
[cdb]y una habitación algo desordenada?
- ¿Quién te crees que eres, mi marido?
- ¿Qué? No, pero como amigo y camarada,
[cdb]no puedo quedarme sin decir nada.
- Sé que tienes razón. Lo siento. Tiendo a perder
[cdb]los estribos cuando estoy avergonzada.
- Oye, ¿puedo pedirte un favorcito?
- ¿Ayuda con la limpieza?
- ¿Que no se lo diga a nadie?
- Déjame adivinar: quieres que te ayude a limpiar
[cdb]este sitio, ¿no? Supongo que podría echarte
[cdb]una mano.
- No, no es eso.
¿Por qué no actúas como el cielo que eres
[cdb]y finges no haber visto nada de esto?
- Ah, lo pillo. No te preocupes, no diré una palabra.
- Quieres que finja que nada de esto ha pasado, ¿no?
No te preocupes, mis labios están sellados.
- Eres un encanto. Gracias.
No quiero que la gente piense peor de mí
[cdb]de lo que ya lo hace.
- Es que, de verdad, ¿cuándo se fue todo al cuerno?
- ¿Sabes que antaño fui una diva
[cdb]en la Compañía Operística Mittelfrank?
- Pero parece ser que ahora solo soy «una sombra
[cdb]de lo que una vez fui». ¿Te lo puedes creer?
¡Menuda forma de hacer leña del árbol caído!
- ¿Qué? Pero... Yo no...
- A ver qué te parece esto: en lugar de sobornarte
[cdb]para mantener nuestro secretito, quizá deje
[cdb]que me escuches cantar la próxima vez.
- ¡Te enseñaré que esta diva sigue tan fabulosa
[cdb]como siempre!
- Seguro que te mueres de ganas.
En fin, ¿necesitabas algo?
- ¿Eh? Ah, sí. Seguro que vine a por algo,
[cdb]pero ahora no tengo ni la menor idea de qué...