- Mmm...
- Hola, Marianne. ¿Qué pasa?
- No consigo que esta pobre criatura vuelva al establo.
- Al preguntarle qué le pasaba, ha dicho que era
[cdb]el estómago. Le duele tanto que no puede andar.
- Sí, parece que está en apuros.
- Si pudiéramos llevarla de vuelta al establo,
[cdb]la examinaría y le daría medicación, pero...
- Déjame a mí, Marianne... ¡es mi momento estelar!
Llevaré tu yegua al establo en un periquete.
- Sí, pero, mmm, ¿cómo exactamente?
- ¡Fácil! La pondré en esa carreta de ahí
[cdb]y empujaré hasta casa.
- Pero... dudo que quiera subirse a la carreta
[cdb]en su estado actual.
- Ah, no pasa nada. ¡Yo me encargo!
- Yegüita buena... Buena chica... Muy bien.
¿Lo ves? No pasa nada malo.
- ¡Allá... vamos! ¡Grrr!
- Muchas gracias, Raphael. Le he dado medicina
[cdb]y ya debe de encontrarse mucho mejor.
- Parece que también quiere darte las gracias.
- Ah, no hace falta que me lo agradezcas, amiguita.
Me alegro de que ya te sientas mejor.
- Mmm, no quiero ser grosera, pero todavía no me creo
[cdb]que hayas levantado un caballo solo con las manos.
- ¡Ja, ja! ¡Una yegua pequeña tiene el tamaño ideal
[cdb]para que los músculos se activen!
- A todo esto, ¿qué le pasa con el estómago?
- Me temo que ha comido algo de fruta podrida.
- ¡Uf! Qué mal.
- Creo que siempre ha sido una glotona.
- Aunque me sorprende que haya llegado
[cdb]a comer restos tirados en el camino.
- Ah, tenía hambre y se zampó lo que encontró.
Conozco esa sensación, créeme... ¡Me he comido
[cdb]un montón de cosas asquerosas!
- ¿Como qué?
- Eh, no sé. ¿Comida dura? ¿De un color verde raro?
Creo que una vez me comí algo que serpenteaba.
- ¡Por la diosa! ¿Y no te sentó mal comerte
[cdb]todas esas cosas raras?
- ¡No! Y, entre nosotros, solo como cosas extrañas
[cdb]cuando me muero de hambre.
- Ojalá esta pobre yegua tuviese tu estómago.
- Eh, para tener el estómago fuerte solo hay que poner
[cdb]en forma los músculos de la tripa.
- Empiezas con, por ejemplo, mil abdominales.
Luego te comes toda la carne que puedas.
¡Así tendrás un estómago de hierro en poco tiempo!
- Si mantienes esa rutina varios días, ¡ni lo notarás
[cdb]cuando te comas algo raro!
- Mmm... Lo siento, pero creo que ese no es
[cdb]el entrenamiento más apropiado para un caballo.
- ¿Mmm? Ah, ¡cierto! ¡Los caballos no comen carne!
- Pero seguro que agradece mucho
[cdb]tus ganas de ayudar, Raphael.
- ¡Oh! ¿Qué está diciendo ahora?
- Ya veo. Parece que se encuentra mucho mejor
[cdb]y quiere ir a correr en campo abierto.
- ¿Lo ves? Sí que quiere entrenar.
- ¡Vamos, Marianne! ¡Nos vamos los tres a correr!
Cincuenta vueltas rápidas al campo. ¡Vamos!
- Espera. ¿Tengo que correr... rápido?